Tenía la costumbre de alzar la voz al caer la tarde, lo hacía con la cabeza alta, las piernas ligeramente separadas y los brazos en alto. Cantaba a media voz el himno del Barça y a medida que este se prolongaba en sus cuerdas bocales el tono iba subiendo, en un in crescendo que terminaba golpeando entre sus pies con tres toques.
A continuación se aplaudía a sí mismo ante la mirada atónita de los que se unían nuevos aquel club, para los que éramos asiduos aquel himno constituía parte del ritual de sacar a los perros al parque. Joan y sus cánticos, siempre a la misma hora, con la misma ligereza, terminando de la misma manera. El resto del tiempo lo pasaba hablando con todo aquel que quisiera escucharle, sin dejar de dirigir miradas lascivas a toda muchacha bonita o fea que pasase ante sus ojos. Para todos los presentes era Joan, el del pastor alemán de más cuarenta kilos. El cánido bonachón se encontraba en total proporción a la enorme barriga que acompañaba a su dueño, ambos caminaban pesadamente, con la boca entreabierta, respirando con dificultad.
Muchos apostaban a que perro y amo vivían en el parque, pues más eran las horas que allí pasaban que en las que no podías encontrarles. Acudía ante cualquier cara conocida en busca de charla, resultaba un hablador incansable que poco le importaba si el oyente tenía prisa o pocas ganas de chanza. Él hablaba, mientras el perro quedaba a sus pies tirado como una enorme manta de pelo oscuro. Su tema preferido eran las mujeres, esa especie que tan distinta le resultaba, como si de algo metafísico se tratase hablaba en pasado de ellas. Y en cambio dejaba entrever en sus palabras un dolor interno que solo el desamor produce. Como una yaga incurable sus frases poco calculadas terminaban llevándole a asumir ante los presentes la soledad de corazón que llevaba años padeciendo. Un germen enfermizo que se colaba entre sus pupilas entristeciendo la mirada azulada de unos ojos ancianos. Más tarde se retractaba aludiendo que solo se estaba mejor, él y su perro, la gran manta y él.
Aún así no le faltaban piropos para toda moza que perteneciese al clan. Con las nuevas se reservaba los más cristianos, para lanzar los profundos a las conocidas con las que ya tenía confianza suficiente hasta para cantarlas letanías de amores perdidos. Todas aceptaban de buen grado aquel sinfín de poemas incoherentes que lanzaba al viento, más por respeto a la edad que por gustarlas los mismos. Otras pocas paraban con ironía las piruetas de tunante. De buen grado y con la ceja levantada Joan pedía disculpas para inmediatamente hacer del verso prosa y pasar a conversaciones sin importancia.
—Mujeres, que roban el alma y le vuelven a uno tarumba. Mejor solo.
Solía decir entre dientes mirando al vacío.
—¡Anda qué no has tenido que ser zalamero en tus tiempos!
Admitía con la cabeza, escondiendo una sonrisa pícara que lo transportaba a la mocedad.
—¿Cuántas novias has tenido?
Me atreví a preguntar una ocasión.
—Solo una…pero con esa me bastó.
Su respuesta sonó caldosa en su garganta, apurando un suspiro acompañado de una lágrima que jamás tocaría suelo.
—¿Solo una? ¡Tunante! ¿Fue ella la que se cansó de ti o tú que te disté cuenta de que preferías seguir sin mujer alguna?
Su mirada quedó perdida, seguramente varada en unos recuerdos a los que nadie hasta la fecha había tenido acceso. Entonces relató aquella historia, surgida desde lo profundo de los años añejos que ahora se le tornaban tristeza en su día a día.
—Ni una cosa ni la otra —se tomó su tiempo—. Hasta el altar la hubiese llevado, pero era hija de ricos y yo de pobres. Se escapaba de la casa para venirse a la mía y bien recibida que era por mi familia. Pero a su padre jamás le gusté por no tener perras. Ella era menor, y él amenazó con denunciarnos a la Guardia Civil.
En silencio esperé a que prosiguiera, dándole el tiempo necesario para que ahondase en la memoria.
—En aquella época no era cosa de chiste, por no poner en peligro a mi familia ella aceptó dejar de verme, pero bien claro se lo dejó al padre. ¡Si no soy de él no seré de nadie! Tenía un amigo cura, fue él quien me ayudó a ubicarla en el convento. Me hacía pasar por un familiar para poder ir a verla, nunca dejó que el padre la visitase…solo yo. La enterré hace unos años.
De amores perdidos, pasados, quemados. Del no dejar libertad al corazón, pensé. Historias rotas, destrozadas por la crueldad de terceros. Me apiadé de él, cuando la lágrima primeriza resbaló sobre el pelaje del gran cánido.
—¡Búscate otra novia Joan! solía decirme. Pero no pude, conocí a otras muchas pero ninguna como ella.
El silencio aconteció al atardecer y las primeras farolas del parque comenzaron a encenderse como pequeñas antorchas entre la arboleda. La gran manta se incorporó tirando de la correa de su dueño, decidiendo que la tarde había llegado a su fin. Joan pesado, se incorporó del banco con un sonido de huesos viejos, y el alma torcida de un jovenzuelo que aún se sonrojaba al recordar sus primeros amores. Lo vi marchar lentamente, escapándose en la penumbra de un atardecer.
Todos tenemos una historia, hasta los que a primera vista parecen no llevar disfraz. Joan era la prueba, como otras tantas personas que se cruzaban en mi día a día, en el de cualquiera…encerrando secretos, ocultándolos en los años de silencio.
Iraunsugue Eternia (Laura Butragueño)
Fotografía: Alex Manzanares (Sur de Francia, julio 2010)
17 jul 2011
El Parque de los Secretos
Publicado por Iraunsugue_Eternia (Laura Butragueño) en 10:55:00 p. m.Etiquetas: senderos de cuentos
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3 Atravesaron la realidad:
Cuanta razón tienes, todos tenemos nuestra pequeña historia, que vamos adornando o simplificando según convenga.
Un post magnifico, te sigo
besos !!
Esa frase "se aplaudía a si mismo" me hace pensar que muchos (as) deberíamos hacerlo, hay que inyectarnos vitalidad.
CLIP: Lo bonito es que al contarla la vamos cediendo, unos a otros, como en una memoria colectiva donde nuestros recuerdos nunca mueren.
Besos y gracias por pasar!
DAVID C.:Ciertamente es algo que deberíamos hacer cada día, muchas veces dejamos pasar las pequeñas cosas que hacemos bien sin darlas la mayor importancia. Pero magnificamos lo negativo, cuando deberíamos aplaudir aquello que logramos.
Saludos!
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