21 sept 2010

Sasha


Se había dejado caer tal y como él se lo había pedido, ahora, no era más que un espacio de piel entre la hojarasca del suelo, con el pelo alborotado, reinventado de noche, enredado entre la hiedra que cubría parte del tronco del árbol a su izquierda. Su cuerpo había quedado aniquilado contra las rocas, reposando ante el muro derruido que parecía crujir a cada paso del minutero.

Ambos se miraron, y él lo hizo a través del objetivo de una Nikon D-90. Accionó el disparador conteniendo la respiración, el viento barrió el cabello que había quedado prendido tras su oreja, dejándolo caer tímido sobre la nívea piel del rostro. De luz tan solo un candil que devolvía la imagen tras el objetivo en formas fantasmagóricas.

La tendió la mano para ayudarla a levantarse, y ella lo hizo de un salto, con la sonrisa brotando en el rostro sucio de campo. Llevaba un reguero de hojitas prendidas en el vestido noctámbulo, la capa la seguía unos metros más atrás sembrando el pánico entre las comunidades de insectos que revoloteaban a su paso.

Ambos avanzaron en silencio, meditando sobre sus propias existencias o simplemente cauterizando la sensación de magnitud que se apoderaba de una noche sin luna. Los faros del coche se posicionaron contra las ruinas, el motor rugió a los pocos segundos, más el vehículo no se puso en marcha.
Sasha había quedado parado en la retaguardia, abrazado a sus propios pensamientos se dejó caer sobre el volante, no la miró, no lo hizo, solo observó la noche.

-Eres la única persona de este mundo capaz de seguirme.

-¿A qué te refieres?

-A que nadie en su sano juicio habría aceptado venir a media noche a tirarse en medio del campo, dejar que la coman los bichos solo por unas fotos que encima no sé muy bien que haré con ellas.

-Yo sí, una exposición, y se llamará Luciérnaga.

-¿Cómo puedes estar siempre tan segura de mí?

-Será porque siempre he creído en ti.
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El coche salió de la carretera al primer volantazo, la playa se extendía desierta ante sus ojos, una fina lluvia comenzó a caer sobre los cristales, el mar pareció mugir a lo lejos, un grito agónico y desesperado que la hizo estremecer.

-¿Qué pasa si un día te digo que me voy?

Ella se había vuelto a mirarle, buscó su mano apretándola con fuerza, como aquella primera noche él respondió con tres apretones fuertes, como un código Morse que ambos habían creado para hacerse ver que estaban, sentirse cerca, una señal de comprensión inmediata cuando las palabras no fluían o simplemente no eran necesarias.

-¿Dónde quieres irte?

-¡A Berlín por ejemplo!¿qué pasa si un día decido irme?¿qué harías?

-¿Qué crees tú que haría?

Sasha bordeo los límites de los labios con la yema de los dedos, siguió hacía el mentón regalándola una caricia.

-¿Vendrías?

-¿Acaso lo dudas?

-No, de ti no.
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El perro saltó en un brinco ágil sobre las hierbas, acto seguido comenzó a masticar el césped mientras se rascaba la oreja derecha con la pata trasera. Sasha lo había seguido a toda carrera para conseguir atraparlo, llevaba una sonrisa magnética, se podría decir que hasta de satisfacción cuando observó que el can decidía parar su huida tomándose un alto en el camino.

-¡No pises el círculo!

Se quedó varado, con una mueca infantil miró al suelo observando la hierba.

-¿Qué círculo?

-¡El mágico! Es un círculo de tréboles, hay duendes ahí abajo y has estado a punto de pisarlos.

-¡Hubiese sido toda una masacre!

-Yo no me lo tomaría de forma tan irónica, he oído que son pequeñitos y que cuando les pisas los tréboles se mosquean y se visten de militares, ¡mira mira! Ahí llega el ejército.

Ambos rompieron a reír mientras Sasha intentaba escapar de las terribles hordas de duendecillos legionarios.

-Eres la única capaz de ver duendes entre la hierba.

-¿Y eso te molesta?

-No, al contrario, me hace feliz recordar que eres única.
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Pasó el colgante sobre su cabeza dejándolo caer sobre su pecho, Francia oscurecía en un atardecer rojizo que comenzaba a esconderse tras los muros del castillo. Ella había quedado frente al espejo, ensimismada con aquel abalorio que engarzaba ahora su cuello, una lágrima resbaló danzando zigzagueante hasta precipitarse desde su mandíbula hasta el pecho.

-No tenías porque comprarlo.

-Sí, si que tenía que hacerlo.

-Es un reloj de sol, un mini reloj de sol, aquí dice que si lo pones mirando hacia el sur te marcará la hora.

Sasha lo aferró con ambas manos para mirarlo más de cerca.

-¡Pero parece que está roto!¿por qué está en dos partes?

-Se supone que debes dar una a la persona qué….

La selló los labios con un beso, uno diminuto y entusiasta.

-Pues yo quiero que lleves amabas partes, porque sin ellas no podrás saber la hora y te perderías, así que quiero que lo lleves completo. Como a ti misma, sin dejar de ser tú, como ahora, dejándome ser yo, siendo solo uno.

Iraunsugue Eternia

De Dos sin Uno

Ella: -¿Por qué tú y yo no tenemos una canción?¿un lugar?¿un estado en el cual perdernos?

Él: -¿A qué te refieres?

Ella: -A que todas las parejas tienen esa canción, o ese sitio especial, o ese momento que solo ambos conocen y tú y yo…

Él: -¡Eso son tonterías!

Ella: -No, no lo son, para mí nunca lo fueron.

Él: ¡Sí lo son! Créeme que lo son, ahora eres joven pero con los años te darás cuenta de que eso no es más que algo estipulado por la sociedad. No es necesario para la convivencia.

Ella: -Seguramente tengas razón, no es necesario para la convivencia, pero sí para el amor, sí para mí….y debería serlo para ambos.

Iraunsugue Eternia